EMBAJADA DEL DÍA 6.
 
Centinela y Jefe cristiano, en el castillo.
Embajador moro, montado.
 
EMB.- ¡Ah del muro!
 
CENT.- ¿Quién llama?
 
EMB.- Quien te estima, quien
desea ser tu amigo,
un moro que te saluda.
 
CENT.- De tu nación, jamás
he tenido amigos
ni me acomodan.
 
EMB.- ¡Ah!, no conoces lo fino
de los pechos mahometanos,
que desprecias sin motivo.
 
CENT.- Cuando vosotros tratáis
al cristiano con cariño,
algún interés os llama.
 
EMB.- Engañado has discurrido,
pues hoy vengo solamente
a buscar tus beneficios.
 
CENT.- Beneficios de tu mano,
los detesto y abomino.
 
EMB.- ¡Ah!, qué engañado que vives;
tú mudarás de designio
cuando sepas mi intención.
Di al Jefe de ese castillo
que salga, que quiero hablarle.
 
CENT.- Aquí llega ya el caudillo.
 
JEFE.- ¿Quién llama?
 
EMB.- Quien te estima, quien desea
siempre ser tu amigo.
Alá te guarde, español,
y te conserve en su gracia
los años que vive el Fénix
en agravio de la Parca.
Mas…, guardando los elogios
que tu persona bizarra
se merece porque todos
son muy dignos de alabanzas,
paso luego a proponerte
una amistosa embajada.
 
JEFE.- Ya penetro, noble moro,
tu intención y tus designios;
di tu embajada, advirtiendo
que soy español altivo
y tengo poca paciencia
para escuchar desatinos.
 
EMB.- El gran sultán Mahomet,
mi poderoso monarca,
a quien rinden vasallaje
cuantas testas coronadas.
 
Africa, Asia y Europa
ven en su trono sentadas,
rey de la hermosa Sevilla,
de Cádiz, Jaén, Granada,
Córdoba, Murcia, Valencia,
Gibraltar, Ceuta y Alhama;
y, en fin, por no ser molesto,
señor de cuanto comanda
desde el Pirineo helado
hasta las costas saladas
que altivo el Océano lame
y el Mediterráneo baña.
 
A ti, valiente cristiano,
salud te envía y consagra
todas sus riquezas juntas
y todo cuanto comanda,
suplicándote que admitas
de su mano aquesta gracia
y, en recompensa, conozcas
la injusticia declarada,
con que ultrajando el derecho
de tu gloriosa prosapia
a un rey que cautivo fue (Con energía)
reconozcáis por monarca.
 
En suma, invicto caudillo,
se reduce mi embajada
solamente a proponerte
que me entregues esta plaza,
con todas sus fortalezas,
sus castillos y murallas,
y en pago de esta fineza,
y en nombre de mi monarca,
os haré un partido honroso,
conservaré vuestras casas,
haciendo feliz tu suerte
y ensalzando tu prosapia.
Mas, si intentas arrogante,
por una falsa esperanza,
defender ese castillo
despreciando mi demanda,
teme al poder de mi rey,
a quien no igualó en pujanza
el gran Ciro, con sus persas;
 Alejandro, con tan varias
e innumerables naciones
como conquistó su espada;
Cartago, con sus valientes huestes
con las que ha osado talar
hasta las puertas de Roma,
la fértil y hermosa Italia,
y, en fin, a quien no igualó
aquella soberbia garza;
Roma, bajo cuyo solio
todo el orbe tributara
el respetuoso homenaje
que le impone su arrogancia.
 
Teme el rencor que me anima,
teme el fuego que me abrasa,
pues soy Nerón en la ira,
fiero Atila en la venganza,
fuerte Pirro en el valor
y el grande Tarif…, que basta,
pues sólo yo puedo ser
retrato fiel de mi fama. (Pausa)
 
Qué, ¿no tiemblas al ver mi pecho
encendido en viva rabia?
¡Pues vive el luciente Febo!,
que si un momento retardas
en entregar esos fuertes,
antes que sus luces claras
se sepulten presurosas
en las espumosas aguas
del insondable Océano,
he de asaltar esta plaza, (Fuerte)
he de arrancar sus almenas,
he de destruir sus casas,
he de incendiar sus palacios,
he de aplanar sus murallas
y he de rociar sus calles
con vuestra sangre villana,
haciendo sea otra Troya
esta tarde aquesta plaza,
pues tan sólo con el Etna
que exhala mi pecho en llamas,
sabré incendiaros a todos,
reduciendo esta comarca
a cenizas que publiquen
tu desdicha y mi alabanza.
No desprecies mi propuesta,
no tardes en aceptarla,
pues cual enroscada sierpe
que a silbos aterra y pasma;
cual sanguinario león
a quien acosa la caza,
y cual furibundo tigre
sediento de sangre humana,
sabré haceros más pedazos
que la sierpe tiene escamas,
que al león pelos erizan
y al tigre le cubren manchas.
 
Elige lo que quisieres:
o rendirla, o entregarla
sin quimeras ni disputas,
o experimentar mi saña.
 
No confíes en tu Dios (Con sarcasmo)
ni en su ley que llamáis sacra,
pues si en su gracia confías,
cierta será tu desgracia.
 
JEFE.- Anda, ve, dile a tu rey
que hago burla de su aviso,
que desprecio su embajada
y de su poder me río;
que me suponen muy poco
los Alejandros y Pirros,
los romanos y los persas,
cartagineses y ciros
y todo el fausto pomposo
del asiático dominio.
 
Que soy español y basta,
y se tiene bien sabido
desde el uno al otro polo
que el español siempre ha sido
entre todas las naciones
respetado y aun temido.
 
Si esto le enfada y pretende
conquistar este castillo,
que venga él mismo en persona
y que se traiga consigo
todo el poder de Turquía,
y verá entonces
que si en campaña le miro,
aunque le defiendan tantos
escuadrones de morillos
como reflejos esparce
aquese blandón lucido,
no dejará de ser muerto
a mi acero, o prendido.
 
Esta es mi respuesta, moro;
si es que acaso te he ofendido,
cuerpo a cuerpo, lanza a lanza,
en este campo florido,
te aguardo, donde verás
que sé cumplir lo que digo.
 
EMB.- ¡Mi embajada desprecia!
¿Pues a qué espera
mi rabia? (Con ira)
No habrá quien te favorezca;
yo humillaré tu arrogancia,
yo vengaré mi desprecio,
a costa de tu desgracia.
 
Yo reduciré a cenizas
el recinto de esta plaza;
mas, ¿para qué me detengo
en discursos ni en palabras
cuando se me enciende el pecho
y el corazón se abrasa,
al ver que gente tan vil
desprecia así mi embajada?
 
Pues vive Alá, mi profeta,
que esta tarde acreditada
he de dejar mi opinión
a costa de tu desgracia.
 
Pues aunque careciera
de tantas huestes bizarras
que no caben, por ser tantas,
en esta fértil comarca,
sólo mi caballo y yo
éramos bastante armada
para sostener el lustre
y el honor de mi monarca.
 
Pues cual airado león
a quien acosa la caza,
líbico tigre, que airado
esgrime sus fuertes garras,
hiena insaciable y sedienta
de derramar sangre humana,
me verás trepar osado
aquesas fuertes murallas,
penetrar cual rayo airado
por sus débiles escuadras,
esparciendo por entre ellas
la muerte fiera y airada.
 
Y así aquesta lo dirá, (Saca la espada)
que es el terror de la España,
pues tan sólo con mirarla
manejada por mi saña,
basta para confundiros
y reduciros a nada.
 
¡Ea, africanos valientes, (Dirigiéndose a sus tropas)
asaltad luego esa plaza,
haciendo que sus torreones,
almenas, fuertes, murallas,
palacios, jardines, templos,
con sus numerosas casas
arruinadas por el suelo,
sirvan de alfombra a mis plantas!…
 
Y tú, valiente cristiano,
si mi vista no te mata,
en el campo del honor
mediremos las espadas.
 
JEFE.- Basta, moro, no más,
y si no te indemnizase
de embajador el nombre,
te aseguro que puede que llegase
mi cólera y furor a tanto apuro
que, entre mis fuertes y membrudos brazos,
te hiciera, moro vil, dos mil pedazos.
 
Di a esa mísera gente que la espero,
y verás tus medias lunas
eclipsadas por el suelo.
 
EMB.- Pues muy en breve verás
tu soberbia castigada.
¡Ea, fieros capitanes,
desplegad ya la batalla!
 
Avancen los musulmanes
con picas y cimitarras,
arrollando cuando encuentren.
 
La caballería bizarra
de invencibles muzárabes
corra toda la comarca,
llevando ante sí el terror,
la muerte, el susto,
el miedo y la rabia.
 
Los valientes mamelucos,
sin perdonar vida humana,
talen, incendien, destruyan
y arruinen cuantas propiedades
hallen que pertenezcan a España.
 
JEFE.- Modera locas palabras,
refrena tus locos dichos,
que tu libertad se pasa
a ser una desvergüenza
muy punible y temeraria.
 
EMB.- ¿De esa suerte a mí me hablas?
Me hablas con tal libertad (Con desprecio)
porque el castillo te ampara.
 
JEFE.- (Saca la espada) También en medio del campo
con la punta de la espada
hablaré cuanto tú gustes.
 
EMB.- Pronto será.
 
JEFE.- Ea, marcha y ven
luego, que te espero.
 
EMB.- Vendré a humillar
tu arrogancia.
 
JEFE.- Vendrás a ensalzar mi honor.
 
EMB.- Vendré a vindicar mi fama.
 
JEFE.- Vendrás a ser tu ignominia.
 
EMB.- Aborrezco tanto orgullo.
JEFE.- Me fastidian tus palabras.
 
EMB.- Callemos, y en la ocasión
sólo hablen las espadas.
 
JEFE.- Di a los tuyos: ¡guerra! ¡guerra!
 
EMB.- Di a los tuyos: ¡armas! ¡armas!

 

                                                     EMBAJADA DEL DÍA 4.
 
Centinela y Jefe moro, en el castillo.
Embajador cristiano, montado.
 
EMB.- Toque llamada el clarín
a esa chusma y vil canalla.
 
 
(Tocan y contestan del castillo)
 
Supuesto que contestaron,
toquen segunda llamada,
y sepan que de Isabel
llegó el día de la venganza.
(Repiten los clarines) (Pausa)
 
¡Ah del castillo! ¡Ah del fuerte!
 
CENT.- ¿Quién vive?
 
EMB.- ¡España!
 
CENT.- ¿Qué pretendes, cristiano?
 
EMB.- Vengo a dar una embajada
al jefe de ese castillo;
avísale, di que salga.
 
CENT.- ¿Aún insistís, infelices,
en importunas demandas?
¿Aún no estáis desengañados?
¿Aún queréis pruebas más claras,
testimonios más patentes,
del poder de nuestras armas?
Confesaos inferiores.
humillad vuestra arrogancia,
deponed vuestra soberbia,
cese ya tanta jactancia;
buscad en otro domicilio,
porque en Sax ya no hay entrada,
pues necios la despreciasteis
cuando con paz se os brindaba;
vuestra inicua resistencia
ha sido fomento y causa
para que halléis al amparo
de Sax las puertas cerradas.
 
EMB.- No es tu inspección, centinela,
más que pasar la palabra.
 
Cumple con tu obligación
si sabes las ordenanzas.
 
Di al jefe de este castillo
que le espero,
porque, si no, a voces altas
yo mismo le llamaré. (Pausa)
 
¿Qué respondes, di, qué aguardas?
 
JEFE.- No te impacientes, cristiano,
y mira que la desgracia
va en pos de todos vosotros.
 
No es tiempo ya de esa insana
e infatuada altivez;
sí de venerar las altas
vendedoras medias lunas
y banderas otomanas.
 
EMB.- Es verdad, pero al vencido,
nunca, señor, se le trata
ni menos se le recibe
con tal desprecio. La España
trata a los embajadores
como personas sagradas
y como tales les mira;
no un centinela, el monarca
es quien recibe afable,
les venera y agasaja.
 
A más de esto, mi impaciencia
procedía y dimanaba
del deseo que
tenía
de ponerme a vuestras plantas
y cumplir mi comisión.
 
JEFE.- Dila, pues, pronto.
 
EMB.- Escuchadla: (Pausa)
 
 
Doña Isabel, reina invicta,
que justamente domina
en uno y otro hemisferio
por sus rápidas conquistas.
Dueña y señora de las fértiles provincias
que bañan del Turia y Ebro
las corrientes cristalinas
y de las que riegan Tajo,
Guadiana y Duero en Castilla.
 
A ti, capitán valiente,
con su gracia te convida
y un partido te propone
en que tu fortuna estriba.
 
Tú, noble moro, bien sabes
cuán sin razón ni justicia
ha usurpado tu monarca
esta desgraciada villa.
 
Bien conoces que no puede
la majestad ofendida,
mirar con indiferencia
esta tan grande ignominia;
y así, para castigar
tan temeraria osadía,
vienen marchando sus tropas
causando estragos y ruinas.
 
Mas… antes que el fiero Marte
los campos en sangre tiña
lamentando sus horrores
la humanidad afligida,
mi generoso monarca
en tu prudencia confía;
le entregarás esta plaza
con los fuertes y la villa,
quedando vuestras personas,
bienes, casas y familias,
bajo de su protección
benigna y grata acogida.
Mas… si imprudente desprecias
el favor con que te brinda,
te prometo en su real nombre,
que has de llorar tu ruina.
 
Teme al valor de sus armas
pues cual furibundas hidras
van vomitando venganza,
estragos, crueldades e iras.
 
Mira aquestos escuadrones
terror de la Berbería,
fieros leones armados
de militares insignias;
mira su tren formidable
que prepara tu ruina
al fuego devorador
que aborta su artillería.
Los invencibles soldados
que mi reina me confía,
vienen todos inflamados
de una rabia vengativa;
repara bien que si aguardas
a que furiosos embistan,
ese brillante planeta
que a todo el mundo ilumina,
no habrá visto en su carrera
tan cruel carnicería.
 
Valiente, no; temerario
serás si bien lo meditas,
que donde falta prudencia
no cabe valentía.
 
Esto es, Bajá, a lo que vengo,
y a lo que Isabel me envía;
entrega, pues, esa plaza
si no quieres que a tu vista
trepe mi gente al asalto
y todo sea ruina;
no lo dudes, pues me ampara
la protección de María
y del glorioso San Blas,
Patronos de esta villa.
 
JEFE.- Con gran prudencia, cristiano,
oí tu embajada altiva,
dictada por la arrogancia
más que por la valentía;
mucho pudiera decirte
en respuesta a tu osadía,
mas tengo poca paciencia
para escuchar injusticias.
 
Di a tu reina no sea loca,
que de su empresa desista,
que el crédito de sus armas
a la mayor ignominia
expone, si osada intenta
de esta plaza la conquista;
que no temo su poder
ni sus fuerzas me intimidan,
que hablar poco y obrar mucho
es la mayor valentía;
ni su furor ni pujanza,
ni su rencor ni osadía,
me hará apartar de mi ley,
ni obligarme a que desista
de cumplir con mi deber
y, defender mi justicia.
 
Dile, en fin, que soy soldado
y sabré arriesgar mi vida
en defensa de mi rey,
de su trono y monarquía.
 
Y puesto que me amenazas
con que esta verde campiña
ha de horrorizar al mundo
en sangre mora teñida,
dile que en ella le espero,
donde verás abatida
y avasallada a mis pies,
toda tu soberanía.
 
Y tú, valiente cristiano,
si mi respuesta te irrita
y con soberbia arrogancia
a satisfacer aspiras,
cuerpo a cuerpo, lanza a lanza,
te espero en esta colina.
 
Entra conmigo en combate
y pronto verás vencida
por mi irresistible acero
tan temeraria osadía.
 
Esta es mi respuesta en suma;
si prudente la meditas
admitiendo mi consejo,
evitarás tu ruina;
mas… si osado la desprecias
y ciego te precipitas,
te verás en breves horas
sepultado en tu ignominia;
válete de la prudencia
y tu ejército retira,
no des lugar a que airado
en vista de tu osadía,
saque mi gente a campaña
y experimentes mis iras.
 
¡Pues vive Alá!, que mi brazo
armado de esta cuchilla, (Saca la espada)
es capaz de devorarte
y reducirte a cenizas;
y así sabes que desprecio
tus amenazas altivas,
porque sé que muchas veces
la arrogancia es cobardía.
 
EMB.- Supuesto que tan soberbio
mis ofertas desestimas,
yo te juro por mi nombre,
por mi patria y ley divina,
que antes que se oscurezca
he de asaltar esa villa (Fuerte)
He de arrancar sus almenas,
he de incendiar la campiña
y, si a las manos llegamos,
verás tu altivez rendida;
esta plaza restaurada,
mi gloria restablecida,
triunfante la cristiandad
y abatida la morisma.
 
No fies en tu poder, que
antes que termine el día
ha de ser Troya esta plaza
y a cenizas reducida;
no blasones de arrogante,
pues soy Nerón en la ira,
y con esta noble espada
que a mi lado ves ceñida
sabré haceros conocer
del español la osadía;
el sol se oscurecerá,
la luna verás no brilla,
casas, palacios, jardines,
torres, fuertes, templos
y otras maravillas
usurpadas a mi reina,
hoy las has de ver rendidas.
 
JEFE.- Pues en campaña te espero,
do experimentes mis iras.
 
EMB.- Yo castigaré tu audacia,
vertiendo tu sangre indigna
y de cuantos te acompañan,
pues mi corazón palpita
en furor, rabia, veneno e ira;
toda esta brillante plaza
verás pronto convertida
en estragos que publiquen
mi furor y tu osadía,
pues la llama de mi pecho
es tan ardiente y altiva,
que cual volcán, desde luego,
os convertirá en ceniza. (Pausa).
 
 
¿Quieres pues verlo? Atención:
 
¡Al arma, al arma, milicias,
fórmense los escuadrones
y al fuerte al momento embistan!
 
Rompa el tambor, toquen mar
cha
las cornetas que horrorizan,
den señal los cazadores
y divídanse en guerrillas;
salgan luego los dragones,
marche la caballería
arrollando cuanto encuentre,
avance la infantería
hasta que todo se rinda,
para que no quede rastro
ni indicio de la morisma.
 
¡Ánimo, ánimo, españoles,
pues nos ha llegado el día
de recobrar nuestra fama
con tan gloriosa conquista!…
 
JEFE.- Sella tu labio, y no tan
presumido des por hecho
lo que la suerte de las armas
ha de dar por decidido:
vuestra fatua arrogancia
me lo ha enseñado.
 
EMB.- Yo apoyo mi arrogancia en Jesucristo.
 
JEFE.- El un falso profeta.
 
EMB.- ¡Ah, blasfemo! Teme
los castigos de su poder
invicto e insuperable.
 
JEFE.- ¡Al arma!, ¡al arma!, soldados míos,
y experimenten los cristianos
de nuestro acero el agudo filo.
 
EMB.- Valientes campeones: ¡Viva España!
y defendamos la fe de Jesucristo.